Nada de ruso

Pero mira lo que nos estás dejando, todavía temprano diciembre. Fin de año más que movido y no solo nuestro querido Chilito sigue convulsionado, varias partes del mundo siguen movilizadas por luchas que mantienen su propia revolución, y esos aires llegaron a tierras moscovitas para calentar más lo que se venía cocinando hace mucho tiempo. Un lustro, para ser más exactos.

Esta semana la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) confirmó que Rusia estará suspendida para los próximos cuatro años de competencias internacionales debido a manipulación de controles positivos realizado por el gobierno de Moscú. ¿Qué significa este castigo? Sus selecciones -ni la bandera ni el himno como tal- no estarán presentes en los Juegos Olímpicos de Tokio (verano 2020) ni Pekín (invierno 2022), tampoco en el Mundial de Qatar 2022. Un duro golpe para la administración de Vladimir Putin que pretendía bajo todos los medios -y en el deporte, claro está- rememorar las viejas glorias de lo que fue la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), régimen que el exagente de la KGB siente profunda admiración y que aun añora con imitar, aunque sea con 14 naciones menos y con Ucrania como gran piedra en el zapato.

Hay una máxima que dice que “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, y esta frase no puede calzar mejor en una negligencia que no viene solo de ahora, hay que retroceder a 2014, plenos JJ.OO. de invierno de Sochi, el evento perfecto para que el poderoso mandatrio, jugando de local, manejara todas las comunicaciones para mostrar su país como una mega potencia mundial. Y en su momento salió todo a la perfección, pero fue el primer punto de sospechas y dudas hasta que la olla explotó. El dopaje sistemático de atletas, bajo un método cuidadosamente armado como reemplazar frascos de orina positivos por unas “limpias” antes de las competencias en biberones y latas de bebidas dentro de congeladores, era un secreto de Estado que se convirtió en la mayor vergüenza para la Federación que mancha aun más su reputación internacional y ha otorgado a sus propios “traidores a la patria”, como la atleta Yuliya Stepanova y al doctor Grigori Rodchenkov, director del laboratorio antidopaje ruso y la mente maestra de todo este escándalo. Ambos revelaron la gran trampa con claras consecuencias, teniendo a la deportista entrenando en Estados Unidos desde 2016 y al farmacéutico que tras su declaración en el documental Icarus -disponible en Netflix y ganadora del Oscar en 2018-, su paradero es hasta hoy completamente desconocido. Se pensaba que Rusia se comportaba bien luego de no participar en Río 2016, Pyeongchang 2018 y dos mundiales de atletismo, pero la deshonra pudo más. La historia se repite a menos de un año de la cita de los anillos en Tokio.

El Kremlin acusa de un “complot antiruso”, volviendo a la tensión de la Guerra Fría y que ya vivió lo mismo en las ediciones olímpicas de Moscú 80 y Los Ángeles 84. Todo por un nacionalismo soviético que quieren revivir en base a las disciplinas que dieron alegrías en el pasado como atletismo, gimnasia, basquetbol y hockey. Pero hay un gran problema en Putin y es hora de que su público adherente lo reconozca: Putin no es Lenin, ni Stalin, ni Kruschev, ni Gorbachov, ni Yeltsin. Solo queda el legado de la URSS y un liderazgo que es lo mismo pero no es igual. Un liderazgo que le hace falta una guerra real para quedar en la historia. Y la quiere crear hace un buen rato.

Como en la primera vez, el Comité Olímpico internacional (COI) ha actuado de forma tibia ante este problema pero se sabe que en su interior quiere contar como de lugar a la gran nación. Sin embargo, el tema deportivo pasaría a un segundo plano. Como todo evento a gran escala, los billetes corren por montón y la presencia de cierta delegación significaría ganancias al COI por parte de sus máximos emblemas comerciales. Si en Estados Unidos la famosa Coca-Cola se pone con los dólares -además de ser unos de los partners premium del evento- Rusia va con Gazprom, importante empresa de gas y la multinacional más grande de Eurasia. Habrá que ver si la FIFA dirá algo en donde esta compañía hizo posible la realización de la última Copa del Mundo.

Algunos gamers se acordarán que la aclamada serie Call of Duty contó con un nivel especial en su entrega Modern Warfare II. Un agente de la CIA se infiltra en un grupo terrorista en el cual su objetivo es planear un atentado mortal en un aeropuerto de Moscú. La frase de orden del líder Vladimir Makarov fue clara: “Nada de ruso”, dando fuego a los inocentes en el lugar. Este nivel polémico y que dividió tanto a fans como a los propios realizadores obligó a que los jugadores tuvieran la opción de saltarse la etapa sin recibir penalización y a su vez prohibirlo en la edición rusa, algo completamente distinto a la realidad, donde Rusia tendrá a partir de hoy 20 días para apelar y así salvarse de las penas del infierno.

De confirmarse el castigo, el selecto grupo de deportistas “limpios” tendrá que ir a Japón representando a un equipo neutral bajo el manto de la bandera olímpica, siempre y cuando Putin les conceda el permiso. Misma condición para el combinado nacional si logran clasificar al mundial de Qatar, lo que sería algo sin precedentes en la historia de las copas del mundo siempre y cuando Putin les conceda el permiso. ¿Habrá conflicto de interés? ¿Hora de negociar con otros países para su representación “oficial”? Solo se sabe que esto marcará un antes y después en la forma de hacer diplomacia -coincidiendo con la primera reunión por la paz en Donbass entre Putin y su par ucraniano Volodímir Zelenski– y el estilo podría ser soviético o no será.

 

Foto: Netflix