Fue declarada pandemia global

Un año ya… doce meses entre adecuarse al nuevo modo de vivir y en cierta forma sobrevivir en pandemia.

Los días previos fueron de una noticia tras otra, el COVID-19 avanzaba por el mundo a pasos agigantados. Por aquellos días, informaba en un programa que conducía en una radio digital sobre todo lo que iba aconteciendo con el avance del virus.

Aquel proyecto nuevo (iniciado en enero de 2020) lo desarrollaba de lunes a jueves entre las 11:00  y 13:00 hrs., y si bien el tono era semi serio, creo que como la mayoría, no le tomé al asunto todo el peso que traería con el pasar del tiempo.

A principio de mes (3 de marzo) me había tocado contar entre música y otras informaciones, que en Talca ya se había confirmado el primer caso. Lo que vendría después nunca pasó por mi cabeza…

Fue de las pocas veces en que empecé a ver noticiarios de manera constante: Antes de salir a la radio y en la noche.

No es que estuviera asustado. Creo que más que nada, era la incertidumbre de no saber qué hacer. Nunca habíamos vivido algo semejante, a mis 30 años (en ese momento), supongo que son situaciones que uno ni siquiera imagina.

El Estallido Social estaba aún latente en el país. Ir a manifestarme de vez en vez (cuando el trabajo lo permitía) o caminar desde Santiago Centro hasta Estación Central para encontrar locomoción se había vuelto una suerte de costumbre, ya nada era «normal», por lo que toda esta situación era como «la guinda de la torta».

Los casos subían y subían… y el 11 de marzo llegó lo que era inevitable…

La OMS la declaró una pandemia mundial. El virus ya estaba en más de 100 territorios del planeta.

China continental y más de 110 países poseían casos confirmados. El anteriormente llamado «virus de Wuhan» ya tenía para entonces más de cuatro mil víctimas fatales. Poco a poco las medidas a nivel global se empezaban a saber: estar encerrado en casa de ser posible, evitar contacto físico, utilización de mascarillas y alcohol gel, etc.

Santiago solitario (Imagen: Pauta)

El país se empezó a paralizar poco a poco; pero de manera rauda. Fue así como el 16 de marzo realicé la última edición de mi programa radial sin siquiera sospechar que estaría postergado hasta hoy. No podía hacerlo desde casa, ya que yo mismo era el radiocontrol (en realidad, era el de planta para todos los programas).

Las calles empezaron a tener menos gente, las ferias empezaron a escasear, las filas de supermercado cada vez más largas. La histeria colectiva poco a poco empezó a ser parte de las personas… otra vez.

Y me tuve que quedar en casa, como gran parte de los residentes del país y del planeta… fue uno de los pocos momentos en que realmente me sentí parte del mundo.

 

El tiempo a paso cansino

Los días pasaron, le siguieron las semanas y algunos meses. El salir era imposible, a pesar de que algunos hacían caso omiso, yo tomé los resguardos correspondientes. Toda esta situación viviendo solo realmente fue una tortura. La monotonía se hizo parte de mi vida cotidiana, las pocas veces en que salí por asuntos altamente necesarios me encontraba con un paisaje desolador.

Preso en mi propia casa, sin mucho por hacer, había perdido mis trabajos. Lo que con tanto esfuerzo había conseguido en unos años, se esfumó por culpa del virus. Empecé a sentir el peso del tiempo en encierro, como poco a poco el desvarío trataba de tocar mi puerta.

 

Encapsulado

Los comercios cerraron… las posibilidades de «hacer algo más» eran nulas. Sólo había que permanecer en encierro evitando todo contacto posible con las personas. Si venía alguien de municipio, de gobierno o de lo que sea, casi nadie respondía. Silencio entre las sirenas de los vehículos policiales y helicópteros que todas las noches se hacían sentir.

Toque de queda, pandemia, Estado de catástrofe, autocuidado, y más, se volvieron parte del día a día.

La mayoría de gente como es costumbre en este país, cayó en un extremo u otro… limpiaba todo cada cinco minutos y te «bañaban» en amonio cuaternario o simplemente, como si nada.

Fue un tiempo para poder realizar una introspección. Escuchar tus propias voces, ver qué está mal y qué no. Entender las consecuencias de tus actos.

De vez en cuando discutía conmigo mismo, escuchaba una o más voces que no eran mías, miraba hacia todos lados buscando gente dentro de mi propia casa, aún sabiendo que vivo con nadie. A veces me prendían la radio sin razón, las repeticiones de series en televisión ya no eran suficientes. Ver los canales nacionales elevaba el estrés… muertes, más y más contagios, gente irresponsable por las calles, asaltos y ciertos atisbos de desesperación. Sin contar la incompetencia aparente de los poderes del Estado en la materia.

A veces, creo que el cómo percibo las cosas sólo es producto de la frustración de no saber bien qué hacer.

 

Los días siguieron pasando… y las ideas junto con la cordura parecían perderse en la distancia.

 

Una pequeña luz

Tras prácticamente medio año encerrado, el fútbol profesional reinició sus acciones dando una esperanza de que se recupere cierta normalidad. Luego de ello, vino «la reactivación» transitoria.

Pasaron unas cuantas semanas más y recién pude volver a ver tranquilamente la luz del sol desde fuera de la ventana; pero ya nada era igual. Gente con la mitad de su rostro a la vista. Mascarillas de todos los motivos y colores. Filas en los pocos lugares que podían empezar a atender gente, era como una previa de lo que serían las fiestas de fin año; porque como pueden notar, ya estamos a fines de noviembre.

Filas para diversos comercios y/o servicios (Imagen: Radio Universidad de Chile)

Es una suerte de caos el volver a andar por las calles. No se puede toser o estornudar producto de que te trapiques o te moleste alguna partícula, las miradas se vuelcan sobre uno de manera inmediata, lo que en cierta forma grafica esa histeria que se ha vivido durante el último tiempo.

 

Comienzan las compras de fin de año, la navidad llegó en un abrir y cerrar de ojos. Cada vez más y más personas en las veredas y tiendas, algunos «despreocupados» quitándose sus mascarillas de vez en vez, porque es cierto, molesta el estar con ella por mucho tiempo. En lo personal, me suda mucho la zona de la boca; pero a pesar de ello, no me despojo de esta protección obligada.

En algunas zonas pareciera que nunca llegó el coronavirus, todos despreocupados, como si los fallecidos producto de toda esta situación mundial no fueran nada. Trato de hacer todo lo más raudo posible; mientras algunas personas se toman su tiempo, inclusive para conversar con alguien que se encuentran se privan del uso de mascarillas. No es que sea paranoico al respecto, la verdad es que con todo este tiempo sin trabajo, buscando cómo volver a actividad o retomar mis labores antes de todo esto, no sería muy agradable contagiarme una vez que tenga alguna opción.

 

Doce meses

Pasaron las fiestas. Tuve que vivir mi primer año nuevo solo, sin ver a mi familia producto de todo esto. Ellos residen en una zona que volvió a fase uno (cuarentena) durante ese periodo, por lo que no pude viajar fuera de la capital. De todas formas, de haber sido otra la situación, no podría haberlo hecho, no contaba con las condiciones monetarias para poder viajar. No quise decirle a nadie para no «molestar» a mi familia.

Nunca había extrañado tanto un abrazo de mi padre (y eso que prácticamente nunca nos demostramos tanto afecto). Me hizo falta el beso de mi madre, y esos deseos de que todo saldrá bien, esa tranquilidad que transmite.

Fue triste, lloré como si no hubiera mañana. No logro recordar un dolor semejante.

Cené bajo la solitaria luz del comedor entre lágrimas, una pequeña cena navideña para mí que a pesar del buen plato, tuvo un sabor amargo.

 

Recuperándome de todo ello pasaron las «vacaciones», buscando volver a tener un ritmo vertiginoso y recuperando poco a poco lo que hacía hace un año. Aún no lo logro a pleno, algunas cosas están volviendo aún a un paso demasiado lento; pero lo importante es que está volviendo.

 

Sigo sobreviviendo en este mundo y sociedad ya totalmente cambiado. No voy a dar mi brazo a torcer… aunque las voces en mi cabeza digan lo contrario, a pesar de la irresponsabilidad de la gente, del paso poco seguro con el que está volviendo la normalidad y como estamos entre avanzar y retroceder cada semana.

Ha pasado un año y el apocalipsis no fue tan brutal como tal vez se imaginó entre tantas series, películas, cómics y otros. Hemos tenido pérdidas que lamentar, nuestra sanidad mental se puso a prueba y caminamos algunos más que otros en la cornisa del desvarío.

Esto recién está comenzando… las vacunas llegan y llegan, pero el virus ha mutado colocando un poco en jaque las fórmulas. Poco a poco hay más asintomáticos, lo que sugiere que la resistencia de nuestros genes es mejor de lo que podíamos tal vez imaginar en un comienzo. No hay que descuidarse, porque creo (y espero equivocarme) que lo más difícil aún no lo hemos vivido.

 

 

 

 

 

Imagen: Komunika LATAM