COLUMNA | De la peor cepa

No es novedad que el deporte ha sido históricamente tomado y manipulado con fines comerciales, sociales y políticos. Podemos repasar la Italia fascista de Mussolini y la Alemania Nazi de Hitler en los años 30, el poderío de la Unión Soviética que lo tomó como un tema de Estado en plena Guerra Fría, la Sudáfrica de los 90 para reconciliarse con el apartheid y un largo etcétera.

El fútbol, pasión de multitudes, no puede ser la excepción y mucho menos en esta parte del mundo. Latinoamérica, tierra bendita, fértil y religiosa en esta ítem ha producido su mejor material de exportación, inspiración para que el mercado –como ha sido en la historia- asalte el subcontinente en busca del preciado material que sirva para el consumo de los poderosos, algunos mafiosos. Hoy, lamentablemente, esos mafiosos se encuentran por estos lares.

Colombia y Argentina, castigados por políticas nefastas y por el propio Covid-19, fueron sabios al bajarse de organizar en conjunto la Copa América que desde su concepción se sabía que era una mentira para –según Conmebol– coincidir con el calendario europeo que en las próximas horas vivirá su propia fiesta en un inédito tour continental.

Sin embargo, y pese a la insistencia de trasladar a otro país o de paso suspender el torneo, la Confederación Sudamericana, en elecciones sabias como siempre, no tuvo mejor idea que correr magno evento a Brasil, tierra de fútbol pero que precisamente es la cuna de la desorganización, la corrupción y de los mayores casos de contagios y muertes por la pandemia del subcontinente.

En estas idas y vuelta del gobierno presidido por un convencido negacionista como Jair Bolsonaro, una Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) manchada por los casos de abuso sexual de su mandamás y atentos a lo que suceda con la Corte Suprema brasileña ante un posible fallo, el torneo al parecer arrancaría sin novedades este domingo con la Canarinha recibiendo a Venezuela, misma selección brasileña que en esas grandes contradicciones de la vida comunicó que “estamos en contra de la organización, pero nunca le diremos que no a la selección”. Increíblemente, hasta una tarjeta de crédito y una reconocida cervecera tuvieron algo más de razón que lo propios jugadores.

El deporte no podrá, mucho menos el religioso balompié, tapar con un manto de césped, butacas y estrellas terrenales a los más de 460 mil fallecidos por la pandemia en el territorio brasileño, un país que sigue sufriendo al igual que gran parte de Latinoamérica los múltiples contagios que se suman a políticas que poco y nada han ayudado a una población que ve quizás en sus seleccionados como las únicas esperanzas de alegría y refugio, once elementos de distracción que pretenderán por 90 minutos unir a países que, como dijo un desaparecido escritor charrúa, seguirán sin cicatrizar sus venas abiertas.

 

Foto: Conmebol