COLUMNA | La adaptación forzada del tenis

Quizás era algo innecesario por lo que todavía se está viviendo en el mundo. ¿Era un riesgo? Por supuesto, más si todos los ojos estaban puestos en Nueva York que sigue siendo la Ciudad Gótica, entre sombras y tinieblas. Corrieron rumores de complot por parte de varios jugadores, el país no tiene su mejor momento político y social. Podía estirar los cinco meses de inactividad.

Pero, frente a todo pronóstico, la burbuja del US Open no explotó, resultando ser todo un éxito y que demuestra que los norteamericanos saben llevar el espectáculo del deporte en medio de la tragedia.

Por primera vez el Grand Slam estadounidense se disputaba antes que su par francés de Roland Garros pero manteniendo su formato original: dos semanas de competencia y partidos de al mejor de cinco sets en su categoría masculina. Los gringos saben más que nadie la tradición no se negocia y todo sea para llevar alegría en el epicentro del COVID-19 y del movimiento Black Lives Matter, dos luchas que siguen latentes en la sociedad.

Lo que si fue novedoso y es algo de agradecer es el fantástico nivel comunicacional y de organización que logró el torneo, adaptándose a los tiempos que obligan a jugar con la tecnología –un sitio web que da gusto visitarlo- con el propio púbico haciendo de improvisados entrevistadores y ocupando todos los recursos posibles: el propio Arthur Ashe Stadium como hotel para los jugadores. Sin olvidar su compromiso por la equidad de género (torneo que fue pionero en el profesionalismo femenino) y la lucha antiracial.

Pero vamos directo a la pista. Incluso antes de la vergonzosa descalificación del número 1 del mundo Novak Djokovic, se habló con muchísima esperanza y seguridad sobre la famosa Next Gen, los herederos del Big 4 que, hasta esta semana, no había logrado un major. Y después de muchos años, Dominic Thiem, jugador explosivo pero que le faltaba sangre y garra antes de la llegada de Nicolás Massú como entrenador, hizo historia al ganar una final épica, dando créditos al futuro esplendor para el deporte blanco.

Sin embargo y pese al actual talento del mismo campeón, el finalista Sascha Zverev y la gran camada rusa y canadiense, su ascenso se vio algo forzado por la ausencia de los estelares y por el mismo error de Nole. Existe la habilidad, pero falta la mística y quizás aun no valoramos al nuevo grupo y todavía dependemos de las viejas glorias. Las próximas semanas podremos ver mejor los resultados. 

Si vamos en el caso femenino, no es novedad lo realizado por Naomi Osaka que a sus 22 años levanta su tercer Grand Slam en tierra que ha sido fértil para la nipona-estadounidense. Lo de Osaka no es una promesa, es un realidad tanto dentro como fuera de la cancha, aprovechando su condición multiétnica para luchar por los derechos raciales. Y se reflejó en su mensajes usando siete diseños de mascarillas distintas con los nombres que honraban a las víctimas de un mal que, al igual que el Coronavirus, es igual de mortal y que se debe erradicar.

La temporada de cemento finaliza con la sangre nueva colándose en el grupo selecto. Partió el circuito de arcilla en Roma y que tendrá como punto final el glamour y estilo parisino de Roland Garros que permitirá un número limitado de público en las gradas y un remozado Phillipe Chatrier para las sesiones nocturnas.

La rebeldía idiosincrásica de Nueva York dejó la vara alta, esperemos que el gran torneo francés iguale el concepto, más con el retorno de los estelares del tenis. Rafa Nadal no quiere soltar el trono, Thiem quiere concretar en su tercera oportunidad; algo que, con Massú de motivador, es posible.

 

Foto: USTA